Por Octavio Getino*
Aclaremos primeramente que cuando utilizamos el término “cine latinoamericano”, nos valemos simplemente de un término convencional. Entre las, aproximadamente, 12.500 películas producidas desde 1930 a 2000 en América Latina, 5.500 corresponden a México (45% del total), 3.000 a Brasil (25%) y 2.500 a la Argentina (20%). El 90% de la producción de películas se concentró en sólo tres países, correspondiendo el 10% restante a más de veinte repúblicas de la región, particularmente, las que decidieron producir imágenes propias a través de diversas políticas de fomento.
Allí donde no hubo legislación proteccionista sobre la producción local, ésta no existió, salvo como hecho aislado o excepcional. Es lo que conocemos, como actividad “semiartesanal”. No estamos hablando siquiera de la existencia de “industrias cinematográficas”, sino, simplemente, de “actividades productivas” en materia de cine. Las industrias, como tales, sólo tuvieron vigencia a partir de los años ‘30 en los principales países de la región, con la aparición del sonido óptico. Fue el caso de Argentina, México y en menor medida, Brasil.
En estos países se realizaron importantes inversiones en estudios de filmación y de sonido, y laboratorios cinematográficos, lo que posibilitó la aparición de verdaderas fábricas de películas dedicadas a ejecutar proyectos integrales de producción, desde el diseño inicial del guión hasta la impresión de las copias para su comercialización en los cines.
Tales industrias contaron a su vez con importantes sistemas de promoción (“academias de las artes cinematográficas”, festivales, publicaciones especializadas), logrando desarrollar en sus mejores momentos -entre 1930 y 1950- su propio star system. Este modelo productivo, basado principalmente en el de Hollywood, sirvió para lanzar a escala regional -y en algunos casos, a escala mundial- películas y figuras de la cultura latinoamericana.
La Revolución Cubana creó, por su parte, una infraestructura industrial que estuvo manejada desde los años ´60 por el Estado. Ella constituyó un modelo distinto del anterior, asegurando hasta 1990 una producción permanente y sistemática a partir de sus propios estudios, laboratorios y personal técnico y artístico, de carácter estable. Situación que fue bruscamente interrumpida tras la Caída del Muro y la implosión de los llamados países socialistas.
La industria brasileña y la argentina dejaron de existir como tales hace cuatro o cinco décadas. Sus viejos estudios y laboratorios han sido desmantelados y los que lograron sobrevivir pasaron a brindar servicios a la producción televisiva o publicitaria, y sólo episódicamente a alguna película. De lo que fue la industria mexicana, quedan algunos grandes estudios, una fuerte tradición artística y técnica y una sucesión de penurias para reactivar lo que fue una de las mejores experiencias de América Latina. Sin embargo en estos tres países se consolidó en el último período la existencia de poderosos conglomerados mediáticos, como Globo en Brasil, Patagonik/Clarín/Telefónica/Walt Disney en Argentina, y Televisa y Azteca en México que han comenzado a incursionar en la producción fílmica –Televisa lo vino haciendo desde los años ´70- con capitales propios
o en coproducción con fondos estatales locales o con el extranjero, y que están presentes en las películas más exitosas de cada país. Producen o coproducen pocos títulos al año, pero lo hacen apostando al “éxito seguro” (temas y tratamientos muy influenciados por el cine norteamericano, buenos guiones, actores altamente promocionados en la TV y los medios, técnicos de primer nivel, etc.) logrando así estar presentes en más de la mitad de las recaudaciones del cine local en cada territorio: más del 50% en Argentina, entre el 70% y el 80% en Brasil, y porcentajes aproximados en México.
En otros países, como Venezuela, Colombia y Chile, han aparecido algunas empresas de servicios con tecnología moderna para la producción y la post-producción audiovisual con capitales que ha menudo proceden de la actividad audiovisual publicitaria, pero en términos generales se carece de estructuras estables de carácter industrial.
En el resto de los países, predomina la actividad productiva con formatos reducidos o soporte video y digital, para la producción de spots publicitarios, documentales, o cortometrajes, de acuerdo a las características y posibilidades de cada lugar. (…)
Comparando las cifras de los últimos períodos, puede observarse que el volumen de producción de películas en Iberoamérica en el período 1990-2003, exceptuando a España y Portugal, osciló entre 100 y 120 largometrajes por año, cifra que equivale a la mitad de lo que era la media de producción entre 1980 y 1989, que osciló entre 220 y 240 películas
cada año, con una fuerte presencia de las industrias de Brasil y México y una actividad relativamente importante en Argentina, Venezuela, Cuba, Perú y Colombia.
Si se incluyen para el período 1990-2003 los países de la península ibérica, dicha media se incrementa algo, aunque no demasiado, debido al crecimiento experimentado en la producción española en esos años: 37 películas en 1990, 91 en 1996 y 110 en 2003. La producción portuguesa quedó estabilizada entre 10 y 12 largometrajes por año en el período referido.
Con la implementación del modelo económico neoliberal en la mayor parte de la región, la producción fílmica se derrumbó en las principales industrias latinoamericanas entre finales de los ´80 y mediados de los ´90. Las políticas restrictivas aplicadas en México, Brasil y, en menor medida en Argentina, redujeron la producción conjunta de estos tres países de
alrededor de 200 títulos en 1985 (México y Brasil producían entre 80 y 90 largometrajes por año), a menos de 50 en 1995. Las políticas de Salinas de Gortari en México y de Collor de Melo en Brasil habían contribuido directamente a ese desastre.
Sin embargo, la producción brasileña comenzó a crecer lentamente para pasar de unos 20 títulos en 1995 a una treintena a fines de siglo, cifra que se ha estabilizado entre 2000 y 2002. Por su parte, la argentina duplicó prácticamente su producción pasando de unos 25 filmes en 1995 a 67 en 2003. En cambio, la mexicana logró estabilizarse entre 20 y 25 películas por año como cifra media para ese mismo período.
Otras cinematografías que vivieron los impactos de la política predominante en estos últimos años, fueron la cubana, que debió reducirse a coproducciones con otros países o prestación de servicios a empresas extranjeras; la peruana, golpeada fuertemente por la no aplicación de la Ley de Cine y los recortes presupuestarios a CONACINE, su organismo cinematográfico; la boliviana y la venezolana, víctimas de las crisis económicas y políticas que desde fines de los ´90 envolvieron a esos países.
En el caso de los países de Centroamérica y el Caribe –exceptuando a Cuba- se observó cierta reactivación en Puerto Rico, y en menor medida, con algunas experiencias aisladas, en Costa Rica, República Dominicana y Guatemala, con niveles de producción que, como conjunto, no superaron la media de cinco o seis producciones al año.
Otros países, como Chile y Colombia, e incluso Uruguay, tomaron cierto impulso en los primeros años de este nuevo siglo, debido a una clara decisión de las políticas gubernamentales en favor de la industria audiovisual, como sucedió en los dos primeros casos, y a una coyuntura favorable en país rioplatense, donde confluyó la calidad de gestión y producción de sus cineastas y la realización de coproducciones, estimuladas con el apoyo del Programa Ibermedia.
Los cambios registrados en los últimos años han servido también para reclasificar a los países, aunque sólo de manera provisoria y convencional, según sus niveles medios y actuales de producción en el sector del largometraje.
. Países de producción alta (más de 50 películas/año): España.
. Países de producción media (entre 25 y 50 películas/año): Argentina, Brasil, México.
. Países de producción baja (entre 5 y 15 películas/año): Portugal, Chile, Colombia, Venezuela.
. Países de producción relativamente baja (entre 2 y 5 películas/año): Cuba, Perú, Puerto Rico, Ecuador, República Dominicana, Uruguay.
. Países de producción ocasional (menos de 2 películas/año): Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador, Paraguay.
En cuanto a las posibilidades de amortización de las inversiones productivas en los mercados locales, las políticas económicas instaladas en los años ´90 en la mayor parte de la región hicieron multiplicar por más de 3 veces, en valores constantes, el promedio de los costos de la producción en cada país. Si a mediados de los años ’80 era posible filmar un largometraje con un costo de entre 150 mil y 350 mil dólares, esa cifra saltó a entre 600 mil y 1 millón de dólares en los años ´90.
Medidos en dólares, estos costos han sufrido variaciones que responden a las políticas económicas de cada país. Así, por ejemplo, mientras que en Argentina el presupuesto de un filme era en los años ´90, inclusive hasta 2001, de entre 1,2 y 1,5 millones de dólares, tras la devaluación monetaria implementada en 2002 pasó a representar entre 0,6 y 0,8 millones. Brasil mantuvo estable el costo medio de 1,5 millones entre 1996 y 2003 –cifra
que se aproxima al que rige en otros países, como México, Portugal, Puerto Rico- y en la mayor parte de los otros países el costo creció según la fluctuación monetaria del dólar y el porcentaje que los rubros dolarizados ocupan en el presupuesto de una película. En términos generales, los presupuestos medios de la mayor parte de los países de mediano o pequeño desarrollo, oscilan entre 500 mil y 800 mil dólares por película.
*Trecho do livro “Cine Iberoamericano: los desafios del nuevo siglo” (2007).
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FONTE
Blog de Octavio Getino
Foto: Cena do filme peruano “Teta Asustada” (2009), de Claudia Llosa.
Link para download do livro completo: http://bit.ly/cLexXL